“Mas el fruto del espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza…” Gálatas 5:22-23.
Uno de los problemas más grandes que he enfrentado en mi vida ha sido mi carácter violento. Antes de conocer a Cristo en la forma que lo conozco ahora, ése fue el conflicto más grave contra el que tuve que batallar. Quería luchar con mis propias fuerzas y siempre fracasaba.
Cuando era soltero había días en que hería a mi madre de palabra de una manera terrible. Cuando me di cuenta de que esto era algo despreciable, y que además era pecado, procuré disciplinarme, confesarlo y traté de librarme de ese carácter tan fuerte. Pero nunca lo conseguí en forma total. El temperamento es algo con lo que nacemos y con lo que tenemos que vivir todos nuestros días. Sin embargo, para ello vino Cristo. No sólo para salvarnos del infierno, sino para transformar nuestro temperamento y producir un carácter amable.
El enojo, la ira, un carácter fuerte y un temperamento violento son problemas de las emociones.
Cuando Jesucristo entra en el corazón, y si nosotros se lo permitimos, empieza a dominar nuestro temperamento y a moldear nuestro carácter. Dice la Biblia: “No se embriaguen con vino porque es peligroso para el alma, más bien estén llenos del Espíritu Santo y dejen que él los guíe.” (Efesios 5:18). Muchas veces los hombres se aburren, se cansan y se sienten vacíos, por lo cual recurren a las bebidas alcohólicas para embriagarse y experimentar una emoción distinta. Esto sucede porque el ser humano fue creado para disfrutar de la vida. Sin embargo, quien no tiene a Cristo no puede experimentar satisfacción y alegría verdadera. Y por ello, a menudo las busca en estimulantes superfluos y pasajeros como el alcohol y las drogas.
La Biblia enseña que el cristiano puede gozar de todas las emociones. Tiene amor, ama a Dios y a su prójimo con un amor puro, con el amor divino que ha sido derramado en el corazón.
El cristiano también tiene alegría. La felicidad que busca el mundo es un sentimiento que no perdura. Una persona tiene que ser disciplinada internamente por Cristo para disfrutar de la alegría que Cristo ofrece, la alegría que en verdad anhela el corazón del hombre.
El fruto del Espíritu Santo también es paz. La Paz es una emoción que se podría definir como descanso del corazón. Ante un momento de perturbación por un problema, la persona anhela tener no sólo gozo, sino también paz. La Paz de Dios está en nuestros corazones cuando el Espíritu Santo nos está controlando.
“Hablen del Señor entre ustedes, reciten salmos e himnos y entonen cantos espirituales. Eleven al Señor las alabanzas de sus corazones.” (Efesios 5:13).
¿Cantar himnos y cantos espirituales? ¿Alabar al señor en el corazón? Es una emoción. ¿Por qué nos juntamos a cantar? Porque estamos emocionados. Sucede que conocemos a Dios, somos de Cristo y el Espíritu Santo llena nuestro corazón, produciendo la emoción de la alegría, La Paz y el amor.
La emoción de la paciencia también necesita de disciplina. ¿Acaso podemos decir que somos pacientes por naturaleza? Necesitamos la disciplina del Espíritu Santo para Disciplinarnos en ese aspecto.
La benignidad y la bondad son otras dos emociones del Espíritu Santo. La mayoría tampoco somos benignos ni bondadosos sino más bien inclinados a la maldad. Prensamos mal de los demás, cristianos, no siempre deseamos el bien de nuestros semejantes. A menudo hablamos lo que no conviene, movidos por un impulso. Debido a que somos seres emotivos y no por naturaleza, controlados por el Espíritu Santo de Dios, hablamos lo que no conviene. Por todo ello necesitamos la disciplina de nuestras emociones.
Si en su hogar usted pierde los estribos. Si sus hijos a veces tienen temor de acercarse a conversar por su temperamento violento. Es indudable que necesita disciplinar sus emociones. Jesucristo es quien puede hacerlo. Él vino al mundo para que usted no sea un ser violento con su familia, sino una persona paciente y benigna. Para que sus hijos lo consideren amigos, compañeros y consejeros. Para que sus vecinos vean usted a una persona amable.
Yo mismo necesito esa disciplina en forma diaria. Cristo vive en mi corazón, por eso comparto mi experiencia. Día tras día me disciplino, permitiendo que él tome control de mi vida. Es entonces cuando descubro que mis emociones se estabilizan, que puedo amar lo bueno y despreciar lo malo. Descubro que puedo ser paciente con los que necesitan paciencia, y que puedo ponerme firme cuando la situación lo requiere. Pero estoy consciente de que esto lo produce Cristo en mi corazón.
Si tiene a Cristo en su corazón, usted podrá tener disciplina en sus emociones, pero debe permitirle que tome control de ellas.