El rey Nabucodonosor, tras haber recibido la revelación de su sueño por parte de Daniel, se sintió lleno de un propósito renovado. La comprensión de la visión divina despertó en él un deseo ardiente de llevar a cabo su papel en el cumplimiento de los designios de Dios.
Convocó a sus consejeros y altos funcionarios a una gran asamblea en la imponente sala del trono. Los nobles y sabios se congregaron, curiosos por la razón de tan importante reunión.
El rey se levantó de su trono, con la mirada llena de determinación y solemnidad. El silencio se extendió por la sala mientras todos esperaban sus palabras.
—Nobles consejeros, valientes guerreros y sabios de mi reino —proclamó el rey Nabucodonosor con voz firme—, he convocado esta reunión para compartir con ustedes una revelación divina que he recibido a través del sabio Daniel, también conocido como Beltsasar.
Las miradas se fijaron en Daniel, quien se encontraba junto al rey, irradiando calma y sabiduría.
—Dios ha mostrado su bondad al revelarme un sueño profético que guiará el curso de los acontecimientos futuros —continuó el rey—. La estatua que he visto en mi visión simboliza los reinos que surgirán en la tierra. Pero, sobre todos ellos, se alza una roca que representa un reino eterno y divino, un reino que prevalecerá sobre todos los demás.
La atención de los presentes se intensificó. Habían escuchado rumores sobre las habilidades y los conocimientos de Daniel, pero ahora presenciaban un momento trascendental en el que el rey les revelaría detalles más profundos.
—Estoy convencido de que debemos prepararnos para la llegada de este reino eterno y su dominio sobre la humanidad —proclamó el rey—. Debemos ser sabios y prudentes en nuestros actos, buscando la voluntad divina y caminando en consonancia con los designios que se nos han revelado.
La sala se llenó de murmullos y susurros, mientras los consejeros asimilaban las palabras del rey. Algunos mostraban expresiones de escepticismo, mientras otros parecían estar profundamente conmovidos.
El rey Nabucodonosor, notando la variedad de reacciones, extendió su mano en un gesto de autoridad y pidió silencio.
—Comprendo que esto puede resultar desconcertante para muchos de ustedes —dijo el rey—. Pero debemos reconocer la grandeza de lo que se nos ha revelado. Este reino eterno trasciende a todos los imperios y a todos los hombres. Nuestra tarea, como gobernantes y líderes, es honrar y preparar el camino para su llegada.
Los consejeros se miraban entre sí, intercambiando impresiones y pensamientos. Algunos comenzaban a captar la profundidad y la importancia de las palabras del rey, mientras que otros seguían cautelosos y escépticos.
El rey Nabucodonosor concluyó su proclam
ación con una mirada firme y desafiante hacia aquellos que aún dudaban.
—No podemos ignorar este mensaje divino —afirmó—. Ha llegado el momento de que nuestro reino se alinee con los propósitos superiores de Dios. Que cada uno de nosotros reflexione y tome decisiones sabias y justas en todas nuestras acciones, para preparar el camino hacia ese reino eterno del cual hemos sido informados.
La sala se sumió en un silencio reverente, mientras los consejeros asimilaban las palabras del rey. Las semillas de cambio habían sido plantadas, y ahora era responsabilidad de cada uno de ellos decidir cómo responderían a la revelación divina.
El rey Nabucodonosor y Daniel abandonaron la sala del trono, dejando a los consejeros en profunda reflexión. A partir de ese momento, el destino del reino y la forma en que se enfrentarían a los desafíos futuros se convertirían en un punto crucial en sus vidas.